La salud mental no se terceriza: el rol de los líderes en el bienestar del equipo

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Publicado el 15/07/25

Las empresas hoy se centran en las personas, y en ofrecerles opciones para que puedan llegar a su máximo potencial de la mejor manera.

Cada vez más organizaciones entienden que el bienestar de las personas no es un beneficio extra ni una cuestión privada o personal: es un factor estratégico que impacta en el clima, en la productividad y en la sostenibilidad del negocio.

En ese contexto, los programas de salud mental y los acompañamientos profesionales son valiosos. Pero hay una verdad que no podemos perder de vista: la salud mental en el trabajo no se terceriza.

¿Qué significa esto? Que no hay políticas de bienestar efectivas si el liderazgo no está comprometido con garantizarla cada día, en cada acción. Y es el que líder juega un rol clave para que el entorno laboral sea un lugar donde las personas puedan estar bien.

Porque una persona puede tener cobertura médica, sesiones de terapia o coaching y hasta mindfulness, pero si trabaja en un equipo tóxico, sin escucha, con sobrecarga y sin contención, el daño va a aparecer. Y la responsabilidad no es solo del área de Bienestar o de RRHH: es, sobre todo, de quienes lideran personas cada día.

El entorno como factor protector (o de riesgo)

La salud mental no depende exclusivamente de lo que le pasa a cada persona en su vida personal. El entorno laboral influye, y mucho. Un líder que sabe comunicar, que distribuye bien las cargas, que reconoce el esfuerzo, que está atento a los signos de agotamiento o malestar, puede convertirse en un factor protector muy poderoso para su equipo.

En cambio, liderazgos basados en el control excesivo, la exigencia sin límites, la falta de empatía o la desconexión emocional son caldo de cultivo para el estrés crónico, el burnout y la desmotivación.

Por eso, cuidar el bienestar del equipo no es una función secundaria del líder: es parte central de su rol.

¿Qué puede hacer un líder para favorecer el bienestar?

No se trata de convertirse en psicólogo, ni de resolver todo. Pero sí hay prácticas cotidianas que marcan una gran diferencia:

  • Escuchar de verdad. Estar disponible, generar espacios donde las personas se sientan cómodas para hablar. A veces, lo que más alivia es sentirse visto.
  • Gestionar con realismo. Evitar sobrecargar al equipo, ser claro con las prioridades, cuidar los tiempos de descanso, respetar los límites.
  • Dar reconocimiento. Valorar el trabajo bien hecho, decirlo en voz alta, celebrar los logros y acompañar los esfuerzos.
  • Detectar señales tempranas. Cambios en el humor, la energía, la actitud o el rendimiento pueden ser indicios de que algo no anda bien. No es para diagnosticar, pero sí para abrir el diálogo.
  • Pedir ayuda cuando hace falta. Un buen líder no necesita tener todas las respuestas. Saber cuándo derivar, consultar o proponer una instancia de apoyo profesional también es parte del cuidado.

Liderar también es humanizar

En un mundo en el que el trabajo muchas veces invade todos los espacios, tener un liderazgo humano, empático y consciente es una ventaja competitiva. No solo por el impacto que tiene en la productividad, sino porque permite construir equipos más sanos, sostenibles y comprometidos.

La salud mental no se delega. Se construye, en gran parte, en cada interacción diaria. Y en eso, los líderes tienen un poder enorme: el de cuidar, contener y crear un ambiente donde las personas puedan no solo rendir, sino también estar bien.